La cámara baja desde la farola de la calle y se adentra en el restaurante. Se mueve lentamente, atenta a lo que va sucediendo, como queriendo anunciar un suceso importante; la silueta del asesino al fondo del pasillo enciende las sospechas, y se acaba convirtiendo en una sombra que termina con la vida del dueño del restaurante.
Todo resuelto en una sola toma de lo más inteligente. Howard Hawks demuestra una gran habilidad narrativa: el efecto de alarma se desprende del detalle de la silueta al fondo del pasillo, un pequeño apunte que no necesita ser agrandado porque si no, precisamente, perdería toda su fuerza sugestiva. Un director más torpe habría detenido la cámara más tiempo sobre esta oscura figura, o habría cortado a un plano más cercano a ella para poder apreciarla mejor.
Una lección absoluta de suspense y tensión en uno de los primeros y grandes clásicos del cine de gángsters. No cabe duda de que esta versión -la original- está muy por encima de su remake ochentero. Cine total.
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