05 agosto, 2011

"Luna de Avellaneda", nostalgia por la vida



Román intenta salvar de la ruina al club social que le ha visto nacer y crecer. El resto de socios quieren convertirlo en una empresa para poder pagar las deudas, pero Román se niega y lucha solo contra viento y marea. Ahora se dirige a visitar al fundador del Luna de Avellaneda, un español emigrado que, al igual que el club, se encuentra en sus últimas horas de vida.

"Luna de Avellaneda" constituye una de las experiencias cinematográficas más emotivas y enternecedoras venidas de Argentina en la última década. Toda una reflexión acerca de la identidad, los orígenes y el sentido de la comunidad. 

Resulta conmovedora la sencillez con que esta escena describe la precariedad de la vida humana. Don Aquiles (José Luis López Vázquez) añora tanto su niñez y la hora en que creó el club social, que llega a confundir a Román con un antiguo amigo de aquel tiempo ("El Pelao"). Va y viene, moribundo, entre la realidad y el sueño. 
Y es que precisamente a esto se reduce la vida pasada llegado el momento de morir: a una ensoñación que apenas podemos rozar con la punta de los dedos de la memoria. Don Aquiles desea vivir y recobrar el tiempo en que se maravillaba ante la luz de la luna.

Román encarna aquí la figura del cineasta, puesto que sacia la nostalgia de eternidad de Don Aquiles. Simula la forma y la luz de la luna (increíble contraplano del rostro del anciano bañado por la "lunar" luz de la lámpara); de este modo le devuelve al tiempo de su mayor felicidad. En esto consiste, precisamente, la magia del cine: en crear la ilusión de que hemos logrado controlar el tiempo y atesorarlo (en una lata de rollo de película o en un DVD), restituir unos sucesos en toda su verdad, y ser inmortales. 

La escena nos recuerda que el cine, ante todo, tiene el poder de responder, aunque sea en breve medida, a la nostalgia de vida de todo ser humano.
Aquí un enlace a Esculpir en el tiempo ; nadie sabría explicarlo mejor que Andrei Tarkovski.





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